Algunos autores se quedan tranquilos utilizando el término reportaje para agrupar bajo su denominación el trabajo de todos aquellos fotógrafos que obtienen imágenes de la realidad que discurre azarosamente y produce acontecimientos. Las imágenes constituyen un río de curso paralelo al de la historia, de la que son sus testigos.
Desde este punto de vista, la fotografía, en tanto que sigue el tiempo de la vida, substituye pobremente a la vida; no puede ser tenida como arte.
Pero, ¿de verdad podemos afirmar que en el caso de Ricardo Terré, igual que en el caso de muchos otros fotógrafos, nos encontramos ante una fotografía de reportaje? ¿Es riguroso encuadrar este trabajo fotográfico dentro de un grupo que sugiere en primera instancia información y actualidad? La información del reportaje tiene como finalidad saciar la necesidad de noticias; se trata de un documento objetivo. Su efecto sobre el público es claro: amplía su horizonte de visión, lo hace conocedor, le da alcance, seguridad -no hay nada desconocido para él- y, en consecuencia, poder.
El trabajo que tenemos presente, en cambio, es subjetivo: abre un gran abismo de interpretaciones entre nosotros y la realidad. No informa: inquieta. No cubre un hecho, no ilustra un acontecimiento; propone una ambivalencia del ser, sutil, contradictoria. Toda la novedad que podrían mostrarnos las imágenes, toda su realidad, queda desdibujada bajo el efecto de un instante subjetivo, personal y poético. De esta manera queda registrada en nuestras mentes como algo eterno (exento de tiempo), perteneciente a la humanidad (superando la anécdota). Quizá es por eso que Ricardo Terré en el montaje que hace de sus fotos para la exposición no tenga en cuenta el aspecto "cronológico" al que las exposiciones antológicas nos tienen acostumbrados. El autor no ve pasar el tiempo entre sus fotos. Podemos afirmar que no hay tiempo en sus fotos.
(De todas formas, amainando un poco esta tentación de intemporalidad, -a la que la buena fotografía tiende- es interesante notar el espacio de tiempo que va de unas fotografías a otras, leyendo sus fechas para apreciar la evolución de un estilo de firme coherencia en su respeto por una concepción auténticamente fotográfica, pero flexible en la adaptación de nuevos recursos.)
Su forma de trabajo está más cerca de la creación intuitiva que del oficio que se ejecuta con un método repetitivo. Su material de trabajo no son los acontecimientos que atropellan el sentido de la existencia, sino lo emotivo de las cosas y la belleza que destilan en su quietud y perdurabilidad. Como los poetas, utiliza las imágenes no como representación de la realidad, sino como el símil, la metáfora de otro mundo interior. No un mundo interior exclusivo del fotógrafo -y ahí reside su fuerza- sino en consonancia con el sentido, con el alma que anima la realidad que lo rodea.
Su proceso de trabajo consiste en ser sorprendido por las imágenes (preocupación temática), seleccionarlas después atendiendo a la "redondez" de su forma (preocupación estética), y establecer entre ellas relaciones sutiles que evoquen la fuerza de su sentido primigenio (preocupación dramática).
Nos encontramos pues ante una forma de creación más cercana a la poesía que a la crónica, en la que una imagen no vale más que mil palabras, -como reza el lugar común que casi siempre se aplica a la fotografía- sino que contiene mil sentidos. Cada foto es una propuesta que encadenada a otras forma un poema estructurado, que establece un tiempo propio que no tiene que ver con el tiempo que las produjo. En la obra de Ricardo Terré no hay intención de relato, no hay intención de hacer grandiosa una gesta. Su obra es sencillamente lírica, cada fotografía suya "es una suma de ser sensible en un solo instante".
Sus instantáneas aislan un momento preciso del ser humano y rompen las cadenas que los ligan a la anécdota. Sus fotos no se pueden concebir como episodios de un reportaje.
A pesar de que los temas escogidos son casi siempre espectaculares -desde el punto de vista existencial, al menos: la muerte, la infancia, el disfraz, etc.- la sutileza en su presentación les da incluso un carácter banal. Casi siempre se sirve de la paráfrasis, huye de la verdad cruda y abierta, busca lo ambiguo. En la simultaneidad de sentimientos consigue el drama, pero éste no se muestra jamás abiertamente, sino a través de una imagen ambigua, esforzadamente ambigua.
Según sus palabras -¡tantas veces le oí decirlo!- la fuerza de la fotografía está en poder mostrar a los demás un acontecimiento irrepetible, que le fue concedido al fotógrafo en la conjunción de un tiempo y un espacio concretos. Cuando Ricardo Terré muestra esas imágenes, su punto de vista es lo que nosotros apreciamos más vivamente, pues fue consciente de ese instante poético a través de su propia persona, y de una forma personal nos lo transmite. En ese punto de vista predomina el sentido del humor que siempre revela una ternura cálida en el tratamiento de los temas, por duros que parezcan. El atrevimiento al tratar algunos temas "delicados" en clave de humor, indica no tanto valentía como ingenuidad. Quizá esta es la característica que más lo retrotrae al periodo en el que comenzó a hacer fotografía, y en el que el lenguaje de la picaresca era el vehículo más seguro para comunicar ideas.
Situémonos frente a una de esas imágenes y dejemos que broten desordenadamente las sensaciones, mientras el tiempo a nuestro alrededor nos demuestra que por ellas no pasa el tiempo.
Laura Terré, doctora en Bellas Artes Universidad de Barcelona.
Barcelona, junio de 1992